domingo, 8 de febrero de 2009

Apuntes sobre lenguas (I)



La comunicación. Sucedió en un congreso internacional de hace muchos años en Sevilla, uno de los primeros a los que acudí con una comunicación. Organizado por una asociación internacional, con asistentes de diversos países europeos y un cierto contingente de americanos, del norte y del sur, las lenguas de trabajo eran tres: el inglés, el francés y el español; el último por deferencia a la ciudad que los acogía, pero también por el interés de la asociación, que trataba de incorporar nuevos socios y extenderse a Latinoamérica. Si no recuerdo mal, fue en una de las últimas tandas de comunicaciones de la tarde: el penúltimo comunicante, un joven investigador de Portugal, pidió permiso al público para dar su charla en portugués, pues pensaba que hablando pausadamente lo entenderíamos mejor que en su mal inglés y así lo hizo. Cerraba la sesión un profesor catalán que se acogió de inmediato al precedente del portugués. Aunque tenía previsto hacerlo en castellano, si se permitían excepciones, él prefería hacer su exposición en catalán. Y a ello se puso. Algunas personas del público, mayoritariamente local, se levantaron en seguida, otros fueron saliendo después, mientras el comunicante proseguía imperturbable su exposición. Cuando concluyó, en la sala quedábamos tres o cuatro personas. No sé si también permanecieron sentados, como yo, por timidez o por un sentido de la cortesía mal entendido. Quizá alguno se enteró de la comunicación.
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La falacia. En el pleno del Congreso del 9 de marzo de 2005, en respuesta a las preguntas de los portavoces del PNV y de ERC, el presidente del gobierno se mostró partidario de realizar cambios en el reglamento de la Cámara con objeto de permitir el uso del catalán, el euskera o el gallego. Fiel a su estilo, Rodríguez Zapatero defendió que el cambio debía contar con el mayor consenso posible y añadió que “las lenguas están para entenderse, no para dividir ni confrontar”. Suena bien, pero es un ejemplo claro de lo que se conoce como falacia de composición, que consiste en atribuir al conjunto (en este caso, las lenguas en plural) lo que se predica de sus elementos (cada lengua). Por parafrasear a Russell, del hecho de que cada español tenga madre no se sigue que haya una madre de todos los españoles. Obviamente, cada lengua sirve para que sus hablantes se entiendan entre sí, pero que existan distintas lenguas no facilita la comunicación de sus respectivos hablantes, antes bien representa una seria barrera. Por lo demás, el presidente no sólo jugó con la polisemia del verbo “entender”, sino que el final de su frase viene a ser como si afirmara que el teléfono debería servir para unir a las personas y no para crear discordia entre ellas.
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Redes.
¿Para qué serviría un teléfono si nadie más lo tuviera? La utilidad de una lengua es como la de la red telefónica: es más útil cuanta más gente la usa. Pero a diferencia del teléfono o de las carreteras no se colapsa porque la utilicen muchos usuarios. Al contrario, el número de usuarios no resta atractivo a la red, sino que lo incrementa. Networks externalities lo llaman los economistas.
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El pin.
Dice Laponce que las lenguas pueden usarse como un pin, esas insignias que se ponen en la ropa como adorno. No puedo evitar pensar en esos locutores de radio que saludan con “Egunon”, “Bon dia”, “Agur”, seguramente las únicas palabras que conocen en vasco o catalán. Pero también los países se ponen pin y a veces se los cuelgan en la Constitución. La de Irlanda, sin ir más lejos, también llamada Bunreacht na hÉireann, declara en su artículo 8 que “el idioma irlandés, como lengua nacional, es el primer idioma nacional”, para añadir a continuación que el inglés será la segunda lengua oficial. No deja de ser curioso porque, según explica Conor Cruise O’Brien, la Constitución se elaboró y redactó en inglés antes de traducirse al gaélico-irlandés, de modo que la traducción prevalece sobre el original. Sin embargo, la segunda lengua es la que emplean abrumadoramente los irlandeses en su vida cotidiana y los políticos en el Parlamento.
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¿Debemos aprender chino?
Más de una vez se ha dicho en el nickjournal que deberíamos ponernos a aprender chino o que el chino es la lengua del futuro. Como todo el mundo sabe, es difícil hacer predicciones, sobre todo del futuro (tan vasto), pero en este caso hay poco riesgo: la lengua del futuro previsible es el inglés, como demuestra el hecho de que es el idioma que la gente está aprendiendo o quiere que sus niños aprendan como segunda lengua, si no la tienen como primera, en todo el mundo. ¿Por qué entonces nos invitan a aprender mandarín estándar? Quienes lo hacen están pensando que se trata del grupo de hablantes nativos más numeroso que existe (1). Su razonamiento sería el siguiente: cuantos más hablantes tiene una lengua, mayor es su valor comunicativo; las personas no aprenden otras lenguas al tuntún, sino atendiendo a las oportunidades de comunicación que ofrecen; luego, siendo el chino el idioma que cuenta con más hablantes, es la lengua que deberíamos aprender. También me he encontrado con quien usa este argumento para darle la vuelta, como una suerte de reducción al absurdo: como es obvio que la gente no se ha puesto a aprender chino, eso demuestra que el valor comunicativo no es lo que más importa en las lenguas. Me parece que en ambos casos hay una idea confusa del valor comunicativo de una lengua.
Es indudable que una red extensa, con muchos usuarios, ofrece mayores posibilidades de comunicación que otra de menor tamaño. Pero si hacemos caso al sociólogo holandés De Swaan, habría que considerar, además de la extensión, otra dimensión de la red: su centralidad. Ésta depende de lo bien comunicada que esté con otras redes, a través de hablantes bilingües o multilingües. Una lengua X será más central cuando más hablantes de otras lenguas la conozcan, permitiendo que los usuarios de esas redes menores (digamos los miembros de Galeusca) se comuniquen entre sí por medio de X. Si el valor comunicativo de una lengua es el resultado de multiplicar los dos factores (extensión y centralidad), entonces no cabe duda de que la posición del inglés, el idioma hipercentral de nuestro tiempo, no admite comparación con el chino: aunque éste doble al inglés en número de hablantes nativos, se calcula que hay más personas aprendiendo o hablando inglés como segunda o tercera lengua en todo el mundo que hablantes nativos tiene el chino. Con ello no quiero disuadir a nadie de aprender chino, una lengua cuyo valor se incrementará por obvias razones demográficas y por el peso cada vez mayor de China en la economía mundial, pero que está muy lejos de desbancar al inglés como lingua franca internacional. De hecho, todos los chinos que están aprendiendo inglés no hacen otra cosa que reforzar esta supremacía.

(1) Obviando, por cierto, que el mandarín estándar bien puede considerarse también una lingua franca para los hablantes de diferentes dialectos/lenguas; de hecho putonghua (como se le denomina en la China continental) significa eso: lengua común.

4 comentarios:

  1. Recordando aquello que usted y yo defendemos (y no nos hacen ni caso): que uno no tenga nada que aportar, no quiere decir que no se le lea.

    Lo seguiré “marcando” estrechamente.

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  2. Es verdad que se lee más de lo que parece por los comentarios (al menos en el NJ) y que no nos hacen caso, SPQR. Gracias por pasar por aquí.

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  3. De acuerdo en todo... menos en lo del chino.
    Imaginemos un empresario noruego que quiere montar un negocio en España: ¿le interesa aprender español -o que algún directivo de su empresa lo aprenda-? Pues creo que sí, porque si va a venir a nuestro país con la idea de que "aquí la gente está aprendiendo inglés", va de culo. Lo mismo pasa en china: hay mogollón de chinos aprendiendo inglés, pero hay muchos más millones que no lo aprenden ni lo aprenderán. Si quieres montar un negocio en china y salir a comprar el pan cuando estés allí (y no sólo encerrarte en tu despacho y poner un cartel que diga "nadie entre aquí que no hable la lengua de Chéspir"), entonces será mejor que aprendas (algo de) chino.
    Aunque, en realidad, creo que lo que debería fomentar las autoridades occidentales, y europeas en particular, es el aprendizaje del árabe: los musulmanes de oriente medio y norte de África son nuestros principales mercados de expansión en el futuro, y también nuestros principales competidores a nivel político y demográfico. Los hijos de los inmigrantes musulmanes están aprendiendo nuestros idiomas muy bien, y tendrán una enorme ventaja sobre nuestros propios hijos para monopolizar y mangonear las relaciones de nuestros países con los suyos en el futuro, a menos que se fomente muchísimo el aprendizaje de su idioma.

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  4. Pues yo creo, Jesús, que estamos de acuerdo en todo, incluso en lo del chino.

    Fíjate que en mi post sólo digo que es extremadamente improbable que el chino -o cualquier otra lengua- pueda desbancar al inglés de su posición como lingua franca internacional y la razón que lo explica. Y eso es perfectamente compatible con lo que planteas: que aprender la lengua local puede ser muy útil, si no indispensable, para hacer negocios o establecerse en otros sitios. A la vista del tamaño de los mercados en China y su peso creciente en la economía mundial seguro que es interesante aprender chino (aunque no tanto como el inglés).

    Y me parece interesante lo que dices del árabe, una de las grandes lenguas internacionales, cuyo aprendizaje es minoritario en Europa y por lo que tengo entendido se ciñe a la instrucción de inmigrantes o hijos de inmigrantes musulmanes. Efectivamente, eso les asegurará una situación de ventaja en labores de traducción/mediación; ahora bien, esa situación de puente será más o menos interesante en función -creo- de dos factores: el grado de desarrollo de los países árabes, por supuesto, pero también el grado de conocimiento de idiomas europeos como el francés y el inglés entre los propios árabes.

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